Estuve en el Teatro Colón. Última función de “Salomé” (1905), ópera en un acto de Richard Strauss. Una de mis preferidas. Destruida. Tras abrirse el bello telón, rápidamentela obra se derritió. Eso sí, en el tiempo exacto, 1h 47m. Estoy seguro que los puestitas“modernizantes” que prácticamente dominan aquí y en el mundo, ya deberían ser denunciados por quebrantar leyes de propiedad intelectual de compositores y libretistas. ¡Se creen “autores”! Por supuesto que siempre la “regie” debe renovarse, pero sin infringir la partitura. ¡Y he visto casos magníficos! Aquí Strauss indica con lujo de detalles. Es fácil impresionar con el snobismo -que fascina a gran parte del público. Ridícula y ordinaria fue la “regie” de la española Bárbara Lluch, que sin vergüenza alguna, modificó toda la acción, contexto histórico y hasta lo elemental. La Orquesta Estable, demostró su excelenciacuando es trabajada con disciplina y seriedad, como lo hizo el director Philippe Auguin. Escenografía muy acertada, asfixiada por la puesta. Los cantantes sin “fisic du rol” ni “timbre del rol”. Salvo el bajo, correcto como Jokanaan (barba de estilista, aunque encarcelado en la cisterna). Salomé (la alemana Ricarda Merbeth) anti-sensualidad, cero actriz, caminaba o rodaba, gritó y gritó. Reclinada como en playa, por suerte no bailó la famosa danza (la puestista se llevó los 7 velos). En el clímax, la enorme y exacta pujanza orquestal enmudeció su último alarido. El final fue el colmo de lo kitsch. Resultado: “Sal…” Y salí, henchido por la Mágica Sala.


