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Partichela 6: La Cajita de Música

La Cajita de Música

                                                                                            por Marcelo Arce

 

Giro la manivela como un niño –estado que espero no perder nunca-, y de esa pequeña cajita de acero anodizado que deja ver su interior y el mecanismo, surge la melodía de una licencia que Wolfie Mozart compuso allí a los 10 años, que creo ver al tenor con la orquesta cantar “Tantos y tan grandes son de Sigismundo los méritos…” Claro: el arzobispo de Salzburgo, Sigismondo (sucedido por el último, malvado Hyeronimus von Colloredo), que adoraba al niño prodigio, fascinado con la licencia, un aria que se insertaba en cualquier festividad con el convidado  presente en la sala, lo ascenderá a maestro di cappella


Pero se me olvida esta historia, porque desde el shop del interactivo museo de su casa natal veoque los sonidos ascienden y transportan al cielo calmo. Desde lo alto observo el casco antiguo, dividido en dos por el río Salzach apenas sinuoso, agujas de iglesia por doquier, fuentes, esculturas enormes y modernas, pobladores felices, siempre sonrientes y amables y turistas parte circulando y otros detenidos; calles, callejuelas y pasajes armando un laberinto que no asusta. Sí: es el mismo movimiento y mecanismo de mi cajita musical. Simplemente realismo mágico, que conocemos en varios puntos europeos, con esa pátina de un bronce verde, una antigüedad que habla y enseña. Obviamente no puede transitar ningún automóvil. Allá, lejos a la izquierda, en la zona moderna, experta en instrumentos de precisión, también pujante, con edificios ovoides y siempre esculturas que se cruzan, porque el Arte es parte, cotidiano. Rutas perfectas; alguna lleva al hangar-museo más depósito de autos y pista con aviones personales de Dietrich Mateschitz, creador de la bebida energética del Toro  que el planeta disfruta…

Siempre desde arriba, veo lejana y a la derecha, las salinas de Hallein, (más los impuestos que cobraba a los barcos con sal en el s. VIII), la industria que le dio nombre, fama y fortuna: Salzburg. Se pronuncia tan natural. Pero el punto más elevado, la Fortaleza del Arzobispado, me regresa al casco antiguo, lo “auténtico”. La manivela se detiene y me desciende. 

         La Fortaleza (Hohensalzburg, construida del XI al XVII), le dio al Arzobispado independencia económica y política del Imperio. El Papa no tomaba grandes decisiones sin “el teléfono rojo” de Salzburgo. La Fortaleza era el único sitio o bunker seguro de vida del Papado. Ella nunca pudo ser tomada por los bárbaros. Su diseño de espiral de abismos y trincheras la volvió inexpugnable. Allí esta otra de las Artes de la ciudad austríaca. Las marionetas, el teatro fantástico que hace todas las óperas mozartianas y sustituía las costosísimas producciones y la ausencia de “teatros”. 

Y se baja –tras la excelsa cerveza en una larga taberna en el centro-, cayendo sobre una moderna fuente (y súbito, en la mente escuchamos Juegos de Agua de Ravel) con galería de cuarzo.

 

 

Así la conocí por primera vez, en 2017. Pensé, ya está. No. Por suerte cada retorno trae novedades y otros misterios. 

El Buen Arte es sanador. Nos transforma. Recuerdo que –común en mí…- explotó el final de la Qinta Sinfonía  de Mahler con la Filarmónica de Berlín y Simon Rattle en el podio. De él bajó tras 15 ovaciones, y desbordado, desubicado, subí al escenario hasta encontrar su camarín. Claro, foto y sincera y plácida charla con este genio.

Momento intenso. Las manchas de algodón en el cielo de Salzburgo se vuelven estrellas. Su noche es como una bóveda transparente, de brisa suave. El río es perfume. Los sonidos giran en el aire nocturnal (como Debussy titula un Preludio).  Se nos impregna para siempre cuando salimos de la función y caminamos poco hacia el restaurante. Se come lo tradicional y lo internacional, bien en todos los sitios (reservando con mucho tiempo). Es muy lindo también “cenar” antes de la ópera o el concierto, tipo 6 de la tarde. 

El mecanismo preciso está en sus horas exactas. ¡Ahí está el secreto! No hay invasión auditiva ni visual. Las tardes traen algún cuarteto de cuerdas que suena en la plaza seca central con sus catacumbas, la fuente detrás del monumento a quien Salieri llamó en vida Amadeus, Amado por Dios. El buen laberinto tiene pasadizos cavados en las montañas: galerías, patios para comprar rarezas, jardines, callejuelas adoquinadas que se abren en dos o tres ramas ¿dónde vamos?. Non temere!. En Salzburgo no se pierde –como nos gusta en Venecia-.

 

         El otro aroma que cubre la ciudad es el Color Punzó de Mozart (cuando estaba enojado firmaba las cartas como Trazom). En la parte opuesta, cerca del Palacio Mirabel con su celebérrimo jardín, está la segunda casa de los Mozart, llamada “Casa de la Danza” que se enseñaba en la planta baja. Allí está la esfera de cristal. Intriga aún hoy por qué componía siempre de pie, sobre cinco mesas en ángulo recto, cinco obras distintas, simultáneamente, con pluma de ganso y en la otra algo esférico: manzana, bola de billar, bola de cristal. Escribe, marzo 1779, en el diario de su hermana, mayor, apodada Nannerl : “27. A las 10, catedral. Visita a los Robinig. Mientras terminaba el final del concierto para dos pianos que le prometí  a Nannerl, Gané yo Jugando Barajas. Siesta. Siete: paseo con Papá y Pimperl que no quiso ladrar. Buen tiempo. Vestí la mejor puntilla. Tocamos con Nann el concierto en Mirabell. Buena Sociedad”. 

          

Ineludible en Salzburg comprar las fabulosas casacas sin cuello (alce, seda, lino, etc.), atérmicas, repelen la lluvia, para elegante sport, para todo andar, para alta moda. Si recordamos esos desfiles que nos da la TV, siempre pensamos ¿quién se pondrá esa extravagancia? Pues bien. Sí ocurre en el más fino y famoso de los Festivales, el de Pascua. Y en el foyer, las damas disputan  esa moda. Los hombres también lo hacemos. La Casa de los Festivales (que se suma a la bella sala del Mozarteum Central, color crema fondant) la funda Richard Strauss en 1925. El director del milenio, Herbert von Karajan -que paseando sacaba secretos a Strauss-, con estatua asomada al río, fue el único autorizado a usar automóvil alta gama en todo lugar. Tiene Residenz y tumba en Anif, a 7 km. Se lo puede ver con casco en la filmación, 1956, en el momento que estalla la bomba horadando la “ladera” de la Montaña Mönchsberg, junto al arquitecto Clemens Holzmeister. Y, manteniendo la fachada, nació la primera sala de ópera y conciertos con pendiente y palcos volantes. Los 2179 espectadores ven y escuchan desde todos los ángulos. Inaugurada en el ’60  con El Caballero de la Rosa de Strauss, sigue perfecta hasta el impactante debut del joven y máximo venezolano que generó El Sistema, Gustavo Dudamel. Lo clásico con corazón latino fluyó aires nuevos para la eterna tradicional, entre obras de arte y murano.

 

         En aquellas excavaciones del ’56, abarcaron la otra “ladera” y ¡sorpresa!. Apareció una escuela de equitación con fondo semicircular de palcos de tiempos imperiales romanos y acústica perfecta. Pude en cada visita ver la evolución, lenta y de última tecnología. Cito un detalle. Sobre la pared recta, enfrente del semicírculo, dejando un amplio espacio como escenario multifuncional, se erige una plancha de cuadrados de mil colores. Botón y baja desplegándose hasta ser un inmenso auditorio en pendiente, butacas amplias, reclinables… Permitió que West side story de Bernstein resultase maravilla de puesta vanguardista. Dirigió Dudamel mientras la mezzo Cecilia Bartoli era la sombra de María. La “sala” se llama Felsenreitschule.

         En la esquina está el local de quienes inventaron la fórmula del Verdadero Bombón Mozart. Es azul el papel que lo hace más tentador al Mozartkügeln (bola de). Lo creó Paul Fürst, 1890. La pena fue que ¡no lo registró! Y la marca la tomó después con color rojo o Bola de Mirabell, otra firma que lo industrializó al mundo. 

 

         No puede haber instantes grises en Salzburgo. Es sereno y glamoroso, pleno y sonoro. Sabemos que el ritual musical no nos defraudará. Hay demasiada perfección y variedad. Y se cumple simplemente con entrar en la cajita musical. La manivela la gira Wolfie, eternamente